domingo, 2 de noviembre de 2008
Jorge Juan: 16 meses a bordo
Fue un día 2 de Abril de 1970 cuando empezaría el camino que irremediablemente me llevaría a vivir una corta, pero intensa, vida a bordo de un barco de guerra llamado Jorge Juan D25, barco que fue uno de los integrantes de una escuadrilla naval que dio en llamarse "Los Cinco Latinos", cuya denominación popular, supongo, obedecía a la semejanza en número, de un grupo musical del mismo nombre, muy de moda por los años 60, fecha en la que este navío pasó a formar parte de la armada española, y no a otra cosa.
Para que el lector se sitúe en este relato lo más cerca posible de mi realidad de aquellos tiempos, diré que nací y me crié en plena campiña jiennense, donde el mar, la mar, fue durante el tiempo que viví allí, algo tan lejano como el mismísimo cielo. Nunca hubiera sospechado ni por ensueño, que pocos años después, tendría como residencia habitual, un barco, que además, era de guerra... Un hecho, cuya consecuencia principal fue la penosa situación económica que padecía mi familia, que se vio obligada a emigrar a otras tierras donde las expectativas de mejorar aquella situación fueran mejores.
Esas tierras fueron Cataluña, y claro, Cataluña formaba parte de la zona marítima del Mediterráneo, por lo tanto, sus mozos, entraban en el bombo de los reclutas que deberían cumplir su servicio militar en la Armada Española.
Antes de que se hiciera el sorteo,tanto mi familia como yo, estábamos esperanzados de que me tocara un buen destino, pero con cierto temor, a que me tocara a la Marina. Temor que se fundamentaba en el desconocimiento y en el hecho de que ni siquiera sabia nadar. Circunstancia esta última, que por ingenuo que pueda parecer, pesaba mucho sobre mi temor a cumplir el servicio militar en el mar, pues había oído demasiadas historias referentes al suplicio que suponía hacer la mili en la marina a alguien que no supiera nadar. Historias a las que di siempre credibilidad, sustentada esta, en el convencimiento que tenía de que si en la vida civil estábamos desprotegidos e indefensos ante los poderes públicos, en la vida militar esta indefensión debería ser aún mayor. Por lo tanto, rondaba sobre mi cabeza un gran temor a que se me instruyera en el aprendizaje de la natación con incomprensión e incluso con crueldad, como se explicaba en las historias que había escuchado.
Pese a mis miedos y a los de mi familia, no hubo suerte: a la Marina de cabeza!! Esto supuso para todos casi una tragedia: A mi, por las razones que acabo de exponer, y a mi familia, porque compartían conmigo el estado de ánimo.
Desde que se celebró el sorteo (octubre 1969)hasta el día en que partiría hacia Barcelona primero, y a Cartagena después,(2 de abril de 1970) transcurrió el tiempo suficiente para que poco a poco nos fuéramos haciendo a la idea, pero a medida de que el fatídico día se iba acercando la preocupación de nuevo hizo acto de presencia en todos. Una preocupación que derivaba, además de las razones que expuse, en mi, del hecho de que nunca en mis 21 años de existencia, había dormido una sola noche fuera del hogar familiar, aparte de la incertidumbre sobre lo que me deparaba aquella aventura en un escenario tan desconocido como temido por mi, y mi familia, tanto mis padres como mis hermanos, vivían la situación , como decía, compartiendo conmigo esa preocupación. Ellos tampoco habían vivido nunca la ausencia de ningún miembro de la familia.
Lo dejo aquí y os remito a otro blog que tengo, el cual dedico monográficamente a la época de instrucción en el CIM de Cartagena. Esta es la dirección: http://www.jorgejuand25.wordpress.com/
Después de la jura de bandera (6 de junio de 1970) nos dieron unos días de permiso, 5 o 6, creo recordar, tras los cuales debíamos presentarnos en el barco. Así lo hicimos puntualmente y petate blanco al hombro en una calurosa tarde de junio, donde la mitad de la tripulación se hallaba de permiso, circunstancia esta, que no impidió que fuéramos víctimas de las clásicas novatada. A mi, se presentó un veterano corpulento cuyo aspecto físico y sus dotes de interpretación, amén de su indumentaria de médico, no me hizo dudar ni un solo momento de que realmente aquel tío era un profesional de la medicina, como me indicó. "Preséntese en la enfermería inmediatamente para que le haga un reconocimiento". Así lo hice sin rechistar. En la enfermería estaba el "médico", muy serio él, y una buena cantidad de "enfermeros" dispuestos a asistirle en lo que hiciera falta. Bájese toda la ropa de cintura para abajo que hemos es examinar esos órganos sexuales y ver como andan de salud. me dijo el "médico" con toda la naturalidad del mundo. Enfermero, la cuchara por favor...sí Don fulanito de tal( no me acuerdo del nombre que dijo, que por su puesto, era tan ficticio como el de su profesión) le contestó uno de los muchos enfermeros que presenciaban la escena. Cogió la cuchara y no veas el repaso que le dio a cada uno de mis pobres testículos, que con la tirantez de la situación y la vergüenza que estaba pasando, se me habían subido casi a la garganta. Y hablando de garganta, con la misma cuchara me examinó la garganta, la lengua y toa la boca bien examinada. Está usted como un mulo, ya puede irse...me dijo por fin. Me subí los pantalones y salí de la pequeña enfermería con el corazón agitado y temblor en las piernas. A mis espaldas oí unas sonrisitas muy cachondas que me hicieron sospechar que había sido víctima de una novatada.
Llegué al comedor donde se encontraban los otros compañeros de curso y le conté lo que pasó y no veas el cachondeo y las risas que se dieron. Hasta yo mismo me vi contagiado y acabé riendo como ellos. A alguno de ellos ya se lo habían hecho también.
No acabó aquí la cosa, que va...nos dieron el número de litera equivocada intencionadamente para que cuando llegara su verdadero dueños se liara la de San Quintin. Para ello, un "sargento" nos obligó a acostarnos pronto con la perversa intención de asegurarse la diversión cuando llegaran los veteranos que estaban de paseo y vieran que su litera estaba ocupada por un pelón. Cuando llegó ese momento, 11 de la noche, el vocerío en el sollado era impresionante.Fuera de mi litera, pelón..gritaban los dueños de las literas. Algunos, conscientes de que aquello era otra novatada más, abandonamos rápidamente la litera y nos fuimos al comedor, pero otros, se empeñaron en seguir acostados en ella argumentando que esa litera se la había asignado el suboficial de guardia y que no se levantaban de allí hasta que viniera alguien con mas galones que ellos para ordenarlo. En vista de que aquello se ponía feo, los autores de la broma se confesaron y asignaron a cada uno la litera que deberíamos haber ocupado desde el primer momento.
Pasados esos primeros momentos, la cosa fue mejorando y no tardé (volveré a utilizar la primera persona) en entablar una incipiente amistad, sobre todo con los que iban a ser los compañeros mas cercanos en el destino. Me asignaron el nº S313 ("S" de servicios "3" de la 3ª guardia y 13 debía ser,(nunca lo supe) un número ordinal)
Ese número tenía asignado un puesto en cada situación de emergencia, combate, navegación, puerto, etc. En puerto, fui vista compras. El vista compras estaba al servicio y órdenes de un cabo primera profesional, de los que vestían uniforme de suboficial "chaquetilla" como los denominábamos. Este cabo se encargaba exclusivamente, tanto en puerto como navegando, del suministro alimenticio de toda la tripulación. Este cabo gestionaba en puerto todas las compras de suministro de comestible y de su transporte a pie del barco. También se encargaba diariamente de confeccionar el menú. Por lo que pude saber, a él le pagaban una cantidad determinada de dinero por ración mensualmente y luego él ese dinero lo administraba como quería. De él dependía siempre, que la tripulación estuviera mejor o peor alimentada. Lo único que le exigían era presentarle la prueba del menú al oficial de guardia o al comandante si este estaba a bordo.
Nosotros los "vistas" nos encargábamos del resto, o sea: acompañarlo en sus compras en la lonja del pescado, en el mercado y en cualquier otro sitio. He de decir que yo lo acompañé muchas veces en este menester y me quedaba alucinado de la habilidad y la perseverancia que tenía a la hora de regatear una peseta en las compras. Era, y espero que lo siga siendo, gallego, y de apellidos se llamaba Pita da Veiga...del nombre no me acuerdo. De lo que si estoy seguro es de que era la persona que mas ganaba en el barco, no por el sueldo, que debería ser como el de los demás de su rango, sino por los trapicheos en al gestión de la compra de suministros.
Seguiré con esta historia y agregaré mas fotos del barco y de mi estancia allí...
El la mili como en cualquier faceta de la vida, hay de todas las clases de personas. Mayormente, los compañeros con los que conviví en el barco eran buenas personas; sencillas, honestas y solidarias cuando la ocasión la requería, pero siempre hay una pequeña parte de listillos que no le importaba putear al compañero en beneficio propio. Pondré un ejemplo de los muchos que podría poner: Mi función en el barco, junto a dos compañeros más, cuando estábamos en el puerto, entre otras, era la de acarrear al hombro los suministros alimentarios que llegaban al portalón del barco a bordo de un camión o de cualquier otro medio de transporte.También era el encargado de suministrar a la cocina lo necesario para el menú diario: la carne, los huevos, las verduras, el pescado etc. A la hora de la comida, repartía el postre para evitar abusos. De la comida y el pan se podía coger cuanto quisieras; pero la fruta, con el objeto de que nadie cometiera abusos, la repartíamos nosotros. Mientras eran unidades grandes como las manzanas, las peras, los plátanos, etc, no había problemas porque a cada comensal le correspondía una unicad, pero cuando eran uvas, cerezas, fresas o cualquier otra fruta de pequeño tamaño, se tenían que repartir poniéndole en la bandeja de cada cual una determinada cantidad de unidades. Era entonces cuando los espabilados sacaban sus patitas a relucir y siempre exigían más unidades de las que le correspondía. Citaré sólo a uno de los caraduras con los que me tocó lidiar en más de una ocasión.
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